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Se ve que no les gusta
hacer este trabajo –
fue su comentario, cuando nos mostramos interesados en su tarea. Se
mostró solícito y cortés cuando le explique las razones de mi
visita, pero era claro que a los mandones directivos de las
autopartes no les gusta esperar mucho y aún se veían muchas piezas
esperando para el lijado.
-
¿Cholito, estás en tu
casa? Ah, bueno porque va a ir Rubito con un amigo que anda buscando
información sobre los discos nuestros
– le explicó a un teléfono celular que se llevó una buena
cantidad de las blancas partículas. Otras tantas me llevé yo en mi
mano derecha, luego de una despedida acompañada de sus sinceras
excusas por no poder acceder en el momento a nuestro pedido.
A
Liberio Acuña – “tres cuadras por esta misma calle, doblan a la
izquierda en la iglesia, dos cuadras más, pasando la esquina, a la
izquierda, casi en la mitad de la cuadra” – lo encontramos
barriendo el piso de su pequeña y modesta vivienda. “NO TOMO MÁS
TRABAJOS”, decía un letrerito colocado tras el vidrio de la
puerta, poniéndole indefectiblemente punto final a su labor pos
jubilación de su oficio de zapatero.
-
“Ya me cansé. No tiene sentido trabajar tantos años. Hay que
disfrutar un poco” – decía su voz detrás de una mampara
divisoria y mientras buscaba el material que le pedimos. – “Debo
tenerlo por aquí“ – prosiguió ya en nuestra presencia –
mientras hurgaba afanoso en el interior de un viejo portafolios de
cuero que se veía venerable de años y de recuerdos. Es un criollo
que habla con el hablar económico y arrocero de su Cebollatí natal,
mientras fuma, uno tras otro, unos finos cigarros armados en papel de
alquitrán.
Hablamos
mucho más, cuando volví más tarde, para devolver unos documentos
que llevara para fotocopiar. Hablamos de los músicos de Treinta y
Tres, de los de su pago y de los del mío; de viejas orquestas, de
buenos guitarreros, de artistas recordados, de cuanto recuerdo grato
surge en una prosa así y claro está de los proyectos del dúo
Raíces. Me fui, cuando el sol de noviembre, se iba en busca de las
cuchillas lejanas y él estaba realizando el pago de una manta de
capincho, que un vecino cazador le trajera. Tal vez, fuera “Miguel
el capinchero”. Eso sí no lo sé.
Así
viven, así trabajan, así, de un modo tan artesanal van creando de a
poquito su obra y por qué no, así sueñan estos músicos de Treinta
y Tres, Uruguay. Si hasta es un verdadero milagro que canten tan lindo.
Tal
vez sea el milagro de un pago cantor.
4 de noviembre de 2013 –
d.b.l.
Enlace en el titulo.
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