LOS HIDALGOS. Nombre de peculiar acepción rioplatense han elegido Wilson Prieto y Altamar Rosas
para, con su norte, cumplir el tránsito de un canto sustancial. Porque en el
mundo de habla hispana, hidalgo se llama al hombre de cuna y procederes nobles,
al que hereda, sostiene y trasmite su alcurnia. Pero en estas tierras, donde la
aventura del hombre se inicia con el
indio y el gaucho, este nombre reitera
la vigencia de Bartolomé, el primigenio cantor que en los fogones artiguistas templó
sus bordonas terciando en ellas sus estrofas de cielito en las que cada verso
era un mojón de fe en el pueblo oriental que rodeaba al patriarca.
Alguien ha dicho que Hidalgo, más que un poeta, es
una piedra fundamental, sobre la que se levanta toda una literatura que - decimos nosotros - integra logros de ecos
universales. Debemos agregar que este hecho de clara certeza, se mece en la
misma cuna de heroicos sacrificios de nuestra
tierra oriental.
Y que las aristas de piedra son coplas de genuina
esencia gauchesca, hermanas legítimas de aquellas “coplillas” que Concolorcorvo
oyera cantar “a unos mozos llamados gauderios, al compás de una mala
guitarrita generalmente una tiple” en
1770.
Hidalgo
con el derecho legítimo de su tiempo y de su ser, fue el primero en ir a lo
hondo del venero de un naciente cantar de pueblo; venero de aguas turbias – las
primerizas de un pozo inaugural -- con turbideces de rústicas disonancias, pero
auspiciosa de puros y claros frescores.
También de lo hondo de ese manantial
quieren traer Prieto y Rosas sus cantares. Por eso, entonces, se llaman Los
Hidalgos. Nombre que impone un rumbo de canto puro, limpio, de simple pero
válida belleza. ¡¡Hermoso rumbo han elegido Los Hidalgos!!
José María Obaldía. (Gentileza de Diver, muchas gracias)
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