Tal vez la mision cultural de cada uno de nosotros sea llevar el ayer ocre de nuestros abuelos hasta el mañana azul de nuestros nietos. Verter en los moldes de alguna primavera de ese hombre nuevo, la arcilla esencial de antiguos inviernos. Inventar paisajes nuevos, pero decorarlos con los tonos indelebles de las genuinas tradiciones de viejos tiempos. En resumen, cruzar por la vida cargando una alforja de añejos recuerdos para depositarla en el altar de los mejores sueños. Y nada mas. (Diver)
Thursday, March 10, 2016
ALFREDO ZITARROSA - HOMENAJE
La vida y la obra de Alfredo Zitarrosa, que cumpliría 80 años el 10 de marzo, estuvieron signadas por las dualidades.
Fue un artista excepcional con un repertorio que se hizo normal, casi universal. Fue, dicen, el primero en cantar “en uruguayo”, aunque haya empezado a cantar profesionalmente en Perú, y haya concebido algunas de sus más encumbradas obras en el exilio. Fue uno de los más lúcidos cronistas de la vida en el campo, y era a la vez montevideano hasta el tuétano. Fue un comunista que quería estar al servicio de su partido y el pueblo, y a la vez era un artista cuyas mejores estrofas expresan y sintetizan ideales que van más allá de una organización político-partidaria. Fue un bebedor cuya música irradiaba una elegante sobriedad.
Y un bohemio que laburó mucho.
En ese ir y venir entre esos polos construyó su obra, una obra que se celebrará con muchos e importantes invitados. Todo empezó, como se sabe, por necesidad, casi que por casualidad. “No tenía ni un peso, pero sí muchos amigos. Uno de ellos, César Durand, regenteaba una agencia de publicidad y por sorpresa me incluyó en un programa de televisión, y me obligó a cantar. Canté dos temas y cobré 50 dólares. Fue una sorpresa para mí, que me permitió reunir algunos pesos”. Así relató el propio Zitarrosa cómo fue su primera actuación como músico profesional en Perú, en 1964.
En Montevideo debutó en 1965 en el Sodre, y su llegada a la escena musical uruguaya fue una explosión. En uno de los varios programas televisivos que se hicieron sobre su figura, Fernando Cabrera —director artístico del espectáculo que se realizará el mismo 10 en el Centenario— decía: “Fue aparecer y de inmediato fue un boom de popularidad. De inmediato. (...) Fue una cosa equiparable a la aparición de Los Beatles (...) Y el pueblo entero se rindió a sus pies”.
Ese éxito es tanto más llamativo si se tiene en cuenta que Zitarrosa fue un artista rupturista en dos sentidos: primero, porque su voz entronizó un sentir y un decir uruguayos en un ambiente musical que estaba dominado por el folclore argentino. Y además, porque, como dice Cabrera, las milongas, zambas, cifras y estilos que él puso en primer plano aparecen más o menos al mismo tiempo que todo el mundo estaba hechizado por el sonido de los cuatro de Liverpool.
La primera grabación El canto de Zitarrosa (1965), es un Extended Play. Cuatro canciones, dos de cada lado, que —con la ventaja que da la mirada retrospectiva—, explican plenamente el fulgor del éxito: “Milonga para una niña”, “El camba, “Mire amigo” y “Recordándote”. Como debut discográfico, debe ser uno de los más contundentes, pero faltaba el LP, que salió un año después, en 1966. Titulado Canta Zitarrosa, tiene las cuatro canciones del EP y también otros temas como “Milonga de ojos dorados”, “Si te vas” y “Zamba por vos”, todos clásicos, todos vigentes.
Esos dos títulos serían los primeros de una larga lista, porque Zitarrosa grabó mucho. A veces grababa varias veces las mismas canciones, una costumbre ya casi extinta. Alfonso Carbone, exdirector del sello donde está gran parte de la obra discográfica de Zitarrosa, Orfeo, le dijo a El País que en parte fue por necesidad. “El exilio un poco lo obligó a hacer eso. Sus discos faltaban en Uruguay, y él regrabó varias de sus canciones en Argentina y México”.
Esa discografía está desperdigada en varios sellos y países —Bizarro Records viene reeditando en discos compactos parte de esa obra— y permite seguir un derrotero musical tan variado como destacado.
Ahí aparecen sus múltiples facetas como autor e intérprete: el pintor de paisajes rurales (“Mi tierra en invierno”); el que documentaba con precisión y ternura las penurias de los más humildes (“Doña Soledad”); el músico que se construyó un sonido y un estilo únicos. Y el cantor de amores: “Viniste al pueblo en tren a mi lado / tus zapatos de raso dorado / bailaron en mi patio empedrado / debajo de mi laurel / Pero eran alaridos tus besos / cadenas y candados tus huesos / tus pies alados, mármol y yeso / papel sellado tu piel” (de “Baila la maga”).
Hay muchos Zitarrosas, y uno de los más apasionados fue el que denunció la explotación del hombre por el hombre: “Pero entre todos el ruin, es el que trajo al ladrón / Ese no tiene perdón (...) No encuentra causas mejores para comprarse otra estancia / Ese sí no es oriental, ni gringo, ni brasilero / Su pasión es el dinero porque es multinacional / Mentiroso universal desde que vino Hernandarias / piensa en sus cuentas bancarias...” (de “Diez décimas de saludo al público argentino”).
En los discos aparece otro rasgo fundamental: el del artista de largo aliento. Si el comienzo fue una explosión de popularidad, la última etapa de su trayectoria se coronó con la grabación, en Uruguay, de su obra maestra: “Guitarra negra”. La inclasificable composición ya había sido grabada en España y México, pero adquirió su particular espesor, su densidad más significativa, en el disco del mismo nombre que publicó el sello Orfeo en 1985, cuatro años antes de su muerte.
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Alfredo Zitarrosa,
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